I am a liar

Hoy iniciamos el curso Advanced Spanish for Native Speakers, impartido en el Departamento de Lenguas Romances de Hunter College – CUNY. Por eso quise venir a escribir este post, para comentar brevemente un aspecto del programa y poner sobre la mesa un par de preguntas.

El asunto sobre el que quisiera llamar la atención es el hecho de que el programa del curso se encuentra escrito en inglés, a pesar de que: 1) está dirigido a hispanohablantes nativos, 2) es conducido por un instructor hispanohablante nativo, y 3) se desarrolla al interior de un Departamento de Lenguas Romances. Por supuesto, el hecho de encontrarse en inglés es comprensible si consideramos que se trata de un curso financiado por una institución pública en Estados Unidos, cuya actuación, justificación y procedimientos administrativos, académicos y de cualquier otro tipo deben realizarse en inglés, para poder hacer frente a una realidad nacional que acontece en lengua inglesa, mayormente. Muy probablemente se trate de un requisito y por esto mi interés no es problematizar sobre el caso, más allá de ofrecer una breve reflexión que se relaciona con uno de los propósitos de este proyecto, el de pensar críticamente los procesos de enseñanza y aprendizaje de una lengua, algunos de los factores que influyen en ellos, así como sobre algunos efectos que estos terminan teniendo en el salón de clases. En estas líneas, me interesa hacer notar aquí el que las decisiones sobre la lengua o lenguas en las que se presentan y se despliegan los contenidos y los procedimientos de un curso de lengua en un documento institucional como lo es el programa, además de obedecer a las inercias, las políticas y reglamentaciones institucionales, pueden apuntar también hacia visiones más generales sobre el tratamiento y la adquisición del conocimiento que podrían estar siendo reproducidas a partir de dichas decisiones, muy probablemente de manera inadvertida.

Observar la lengua empleada en el programa del curso como si fuera un acto de “política lingüística” adoptada por la institución, nos ofrece una mirada inicial y nos informa sobre las representaciones y conceptualizaciones de la lengua, a partir de la manera en la que a través de este documento se muestran oficialmente los contenidos. Estos contenidos, como sucede con los de cualquier otro curso en una institución educativa, deben ser expresados por escrito, por supuesto, y el hecho de que esto así sea ayuda sin duda alguna a organizar y establecer las dinámicas de aprendizaje, participación, evaluación y conducta al interior de clase. Eso es tal vez incuestionable. Lo que no resulta tan incuestionable es el momento en el que se establece la lengua de ese documento, menos para un caso como el del curso que comenzamos hoy, en el que el objeto de enseñanza lo constituye una lengua o, dicho con mayor precisión, unos aspectos en torno a esa lengua que ya “se posee”, ya “se habla” o ya se considera “adquirida”. Este curso en particular busca agregar valores comunicativos a esa lengua ya adquirida, recursos lingüísticos que se constituyen como objetivos de aprendizaje y que podrían haber sido expresados en español, pero que terminaron siendo expresados en inglés, o sea, una lengua ajena a la que ya se “domina”.

Con esos valores o recursos lingüísticos/comunicativos me refiero no tanto a la adquisición de la lengua española como un código gramatical, en tanto se trata de un curso para hablantes nativos que son capaces de comunicarse a través de ella y con ella, sino más bien a la adquisición y práctica de otros instrumentos y apoyos comunicativos que rodean y acompañan ese código ya adquirido, y que están encaminados a “mejorarlo”, “afinarlo”, “pulirlo”, “embellecerlo”, y a saber conducirlo por diversos contextos sociales de forma “apropiada”.

De algún modo, la operación de enmarcar un conjunto de saberes relacionados con la lengua, y la de emitir en inglés un mensaje institucional que va dirigido a hablantes nativos de español, implica, intencionada o inintencionadamente, una cierta jerarquización de lenguas que termina ratificando al inglés en posición de sujeto-agente, y al español (y los rasgos comunicacionales – los recursos lingüísticos/comunicativos – que lo acompañan como objetivos de aprendizaje) en posición de paciente-objeto. ¿Debería ser este el caso para un curso dedicado a hablantes nativos? ¿Qué mensajes concretos envía esta “política lingüística” de bienvenida a los propios estudiantes de herencia, que a su vez son habitantes de una ciudad bilingüe como Nueva York?

Anque las sesiones de clase, el trabajo en clase, las conversaciones, las tareas, las composiciones, la participación, las lecturas y todos los recursos y estrategias de apoyo a ser empleadas se encuentran en castellano, la carátula de presentación y la organización de las mismas, se da en inglés. ¿Qué reflexiones podemos extender de este hecho, más allá de las implicaciones institucionales que lo justifiquen? Desde una óptica política, histórica y sociológica ¿qué nos dice sobre el español y qué nos dice sobre el inglés en el contexto de la universidad pública neoyorquina?

Este, por supuesto, no es un fenómeno solo de CUNY, ni exclusivamente estadunidense. De hecho esta organización lingüística resulta ser la norma extendida en los procesos de enseñanza de “segundas” lenguas, donde la lengua-objeto y la metalengua para enseñar, enmarcar, presentar, diseñar, hablar sobre dicha lengua-objeto, son por lo común distintas, aunque tengan la oportunidad y podrían (o quizás deberían, sobre todo en un curso para hablantes nativos), ser ambas la misma. De fondo, creo que no es tan descabellado pensar que este gesto está de alguna manera anclado a visiones del sistema de enseñanza escolarizado que han estado inspiradas e influenciadas por modelos que siguen lógicas positivistas de acercamiento al conocimiento en general, y a la enseñanza de la lengua en particular.

Para el filósofo Bertrand Russell (1940), realizar esta distinción de lenguajes (lengua-objeto vsmetalengua) era una condición de la mayor importancia para el avance de la ciencia, pues permitía clarificar paradojas como aquella famosa expresada en la oración “I am a liar” (Soy un mentiroso). Apreciada desde la función descriptiva del lenguaje de la lógica formal la oración I am a liar es problemática pues resulta a la vez verdadera y falsa. Por esto, Russell proponía distinguir dos lenguajes de distinto orden desde los cuales este tipo de paradojas podían ser apreciadas. Así, si tomamos “I am a liar” desde la perspectiva de la metalengua (es decir, la lengua como medio, como vehículo) la afirmación es verdadera y posible, pero cuando la observamos desde la perspectiva de la lengua-objeto (la lengua como contenido proposicional), resulta falsa y contradictoria, dado que es imposible afirmar que uno miente sin estar diciendo al mismo tiempo la verdad.

Casos como estos (contradictorios, paradójicos, problemáticos), son por demás indeseables para el método científico de generación del conocimiento, y por lo mismo han contribuido a la generación y consolidación de inercias institucionales que a su vez han dejado su huella en la aproximación a la enseñanza de lenguas, constituyéndolas como lenguas-objeto que deben ser abordadas y tratadas, al menos en lo que respecta a su manipulación y tratamiento burocrático al interior de las instituciones, y en lo que respecta a su introducción primera al auditorio latino al que se dirigen, a través de una lengua-instrumento que no coincide con la lengua de la clase.

Al menos en la enseñanza de lenguas, y sobre todo en cursos como este, en los que los estudiantes son hablantes de herencia, dudo que una forma de pensamiento como la que proponía Russell funcione como método satisfactorio para el aprendizaje de una segunda lengua con visión social y comunicativa. Por fortuna, el Departamento de Lenguas Romances promueve constantemente la gran importancia de dejar el inglés fuera de las aulas de enseñanza de otras lengua, y el programa de nuestro curso habrá sido el único momento en el que el inglés estuvo invitado a clase. No porque no sea también nuestra lengua, ni tampoco porque no lo queramos, sino porque para esta ocasión, no necesitamos de otra lengua-instrumento que no sea la del respeto, la cordialidad y las ganas de aprender.

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